Me quedaban todavía dos días por delante. En Barcelona cuando estaba preparando mi viaje había programado este día como jornada de relax después de saber que habría estado la noche anterior durmiendo fuera y viajando. Pero una vez situado lo que menos me apetecía era quedarme tirado todo el día en la piscina del hotel, así que busqué una muda, repelente de mosquitos y un cepillo de dientes y me fui a Banjul para tomar el ferry y visitar la otra orilla del río Gambia. Al llegar al puerto me encontré con las puertas de entrada a la terminal cerradas. Un tipo en
El ferry que estaba atracado acababa de llegar y empezaron a salir coches, camiones y personas al unísono. Pero nadie tenía cara de preocupación o agobio. Descendió también un grupo de estudiantes uniformados riendo y gritando.
Junto al ferry había los mismos cayucos que había tenido oportunidad de ver días anteriores. Esta vez pude disfrutar el espectáculo de la descarga de todo un rebaño de ovejas y cabras. Las soltaban por la borda y las dejaban caer al mar, estas balando salían rápidamente hacia la orilla y allí se reunían con el resto.
Creo que tan solo algún cabrito –quizás de ahí venga el nombre- se resistía a salir solo del agua y lo tenían que cargar a hombros hasta la orilla. Parece ser que los cabritos y el agua no se llevan muy bien.
Más tarde he comprobado que me había colado gracias al de
- Al abordaje!!!!
Al llegar a Barra un yellow taxi, el más destartalado y cutre de todos los que tomado estos días, me ha llevado hasta “The Monkey´s Farm”. Durante el trayecto en cuanto el taxista veía una línea recta apagaba el contacto del motor y se deslizaba por pura inercia hasta el inicio de la siguiente curva, donde volvía arrancar a golpe de embrague y seguía tan campante.
Desde Barcelona había enviado un e-mail al hotel comentándoles que quizás me acercaría a visitarles este día pero al llamar ante
Lo que me encontré en el poblado nada más llegar me dejó impresionado. Un montón de niños vestidos con equipaciones deportivas azules del equipo Union FC de la serie de televisión pelotas, gentileza de la productora “El Terrat”. Estaban todos sentados en los pupitres de madera bajo la sombra de un enorme árbol. Me recordó un pasaje del libro “Ébano” de Ryszard Kapuscinski:
“A lo mejor, en tiempos, crecían aquí muchos árboles, un bosque entero, pero se los taló y quemó y sólo ha quedado este único mango. Todo el mundo de los alrededores se ha preocupado por salvarle la vida, sabiendo cuán importante era. Es que en torno a cada uno de estos árboles solitarios hay una aldea. En realidad, al divisar desde lejos un mango de estos, podemos tranquilamente dirigirnos hacia él, sabiendo que allí encontraremos gente, un poco de agua, e incluso, tal vez algo de comer. Esas personas han salvado el árbol, porque sin él no podrían vivir: bajo el sol africano, para existir, el hombre necesita sombra, y el árbol es su único depositario y administrador.
Si en la aldea hay un maestro, el espacio bajo el árbol sirve como aula escolar. Por la mañana acuden allí los niños de todo el poblado. No existen cursos ni límites de edad: viene quien quiere. La señorita o el señor maestro clavan en el tronco el alfabeto impreso en una hoja de papel. Señalan con una vara las letras, que los niños miran y repiten. Están obligados a aprendérselas de memoria: no tienen con qué ni sobre qué escribir.”
El poblado era un estadio improvisado para celebrar los “Primeros Juegos Olímpicos de Kergallo”. Bajo la desinteresada organización de los valencianos Lauri, Cris y David de “Mensajeros por Gambia” y la pareja madrileña de recién casados –en viaje de luna de miel- Silvia y Angel, los chavales disputaron diversas pruebas atléticas.
Se formaron tres grupos y competían entre ellos. Las caras de alegría, asombro, entusiasmo, felicidad…seguiría escribiendo cientos de adjetivos para poder expresar como se sentían aquellos chavales. Yo era un mero espectador que disfrutaba tanto como ellos al ver sus sonrisas y me contagiaban con su energía.
Compartí mesa, un delicioso cus-cus con pollo en compañía de los compatriotas y del profesor Yuma Njai.
Por la tarde decidimos ir a bañarnos al río. Yo había traído lo imprescindible para pasar una noche fuera y el traje de baño no formaba parte de la lista. Así que tocó bañarse en “gayumbos” en las cálidas aguas del afluente y disfrutar del idílico paraje.
De vuelta al campamento –Cris tenía que acabar de hacer su revisión oftalmológica a un puñado de niños- tuve la oportunidad de conducir por Gambia. Un Patrol destartalado, nada que ver con los miles de vehículos nuevos que había tenido que probar en mi época en Nissan, pero que cumplía su función a la perfección. Mi conducción deportiva no fue del agrado del resto de los pasajeros. Iban saltando en sus asientos porque tuve la capacidad de enganchar todos los agujeros posibles. Algún gritito de susto, que no de alegría, en la parte trasera del todoterreno me hizo recapacitar acerca de mi “pilotaje” y el viaje de vuelta fue más placentero y relajado. Tan solo hubo un pequeño frenazo antes de entrar en una curva a izquierda para evitar un socavón.
Aparte de la organización de los juegos, Cristina Gomez, optometrista de la Fundación Oftalmológica del Mediterraneo, realizó una muy necesaria revisón de la vista de todos los chavales, y los miembros de la casa del profesor.
Distribuidos en las tres jornadas y en una improvisada consulta en una de las aulas, Cris ha hecho un extraordinario trabajo de forma totalmente desinteresada.
La cena y su posterior tertulia me confirmaron lo acertada que había sido mi decisión de venir a pasar la noche a este lugar.
1 comentario:
¡QUÉ GUAY!, se me ponen los pelos de punta recordando lo que vivimos esos días. Me encanta tu relato.
Cris
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