12 mayo 2010

GAMBIA III...

Tercer día

Hoy me voy a la capital, Banjul. Salgo del hotel con la intención de ir a buscar un "yellow-taxi" en la carretera principal, pero el armario ropero alias "controller" sale a recibirme con un apretón de manos.
- Hello. How are you?
- I´m fine thanks. And you?
Me tiene cinco minutos dándome la charla acerca de los inconvenientes de coger un taxi de un desconocido. Sabe perfectamente que ayer vinieron a recogerme a la puerta del hotel. Con una amplia sonrisa y un golpecito en el hombro, casi tuve que saltar para llegar, continué mi camino y le desee muy buenos días.
Al llegar a la carretera principal tuve que parar hasta tres taxis para tener una idea aproximada de cual era el precio que debía pagar.
El primero me pidió trescientos dalasis. Le ofrecí cien y se enfadó.
El segundo me pidió doscientos cincuenta. Le ofrecí cientoveinticinco. Doscientos me pidió él. Le contesté que no. Cientoveinticinco o nada. Se marchó.
El tercero me pidió de nuevo doscientos cincuenta y pactamos ciento cincuenta.
Llegamos al "traffic-light" de la carretera principal y giramos a la izquierda. Era uno de los pocos semáforos en cincuenta kilómetros a la redonda y todo el mundo lo tenía como referencia.
En el camino a Banjul compartí el taxi con dos personas más porque le comenté al taxista que no me importaba que recogiera pasajeros para poder ganar él más dinero. Cuando un blanquito coge un yellow no acostumbran a recoger más pasajeros porque este paga de sobras la carrera. Y lo pude comprobar perfectamente porque nadie pagó la misma cantidad que yo. Ni de coña.
Banjul a pesar de ser la capital, no es la ciudad más grande de Gambia. Un polvo rojizo cubría la ciudad. Era época de pocas lluvias y se notaba en el ambiente. Pasamos por delante del "Arco 22", una enorme puerta para celebrar el golpe de estado del 22 de julio de 1994. Se puede visitar y subir a lo alto para contemplar la ciudad, pero lo descarté.


Me dirigí al "Albert Market", y ya se podía notar el ajetreo habitual de un mercado africano. Un gran amontonamiento de baratijas, miles de camisetas, muchas de ellas del Barça, bolsas de deporte, zapatillas, las chanclas piscineras son el "top-ten" en cuanto a calzado se refiere. Montañas de cubos y palanganas de plástico. Los alrededores del Albert Market contienen todo lo que uno puede necesitar, o no.



Ya dentro del mercado se repetían las escenas de los días anteriores. Es el reino de las mujeres, por todas partes las ves sentadas ofreciendo sus productos. Vestidas con sus mejores ropas te ofrecen sus tres tomates, sus cuatros pescados, sus pimientos. Pueden pasar horas y horas para vender esos cuatro productos que traen desde un pueblo en el que han tenido que llegar tras unas cuantas horas de trayecto.


Dentro del mercado hay un pequeño apartado con puestos de tallas de madera preparado exclusivamente para los turistas. Pero esta no es una buena época para el turismo y está completamente vacío. Al menos no coincido con ningun turista. Quizás más tarde a partir de las doce, empiezen a llegar los minibuses con aire acondicionado y empiezen a soltarlos. Todos me ofrecen que pase a visitar sus tiendas.
- Hello. Amigo. Solo ver.
Voy echando un vistazo a los puestos y se repite lo del mercado de Brikama. Todos tienen lo mismo. Como ya había realizado mi compra estrella, deambulé tranquilamente sin prestar demasiada atención. Y de repente me encontré con un puesto distinto, diferente, especial.
Tenía máscaras africanas antiguas, contraventanas de madera talladas, collares, figuras de bronce. Y todo antiguo. También tenía a un lado de la tienda las típicas máscaras para turistas.
Me paré y empeza a hablar con él. Lamin Kuyateh, que así se llamaba el dueño de la tienda resultó un tipo interesante.


Era músico y profesor de kora y había viajado a España, a Santander, para tocar con su grupo en un festival cultural africano. Lamin también tenía su tienda y se dedicaba a vender antiguedades. Nos tomamos un té y compartimos unas horas muy agradables. Pude comprobar lo buen músico que era cuando sacó su kora y me deleitó con unas canciones. No pude evitar antes de despedirme salir de la tienda con una máscara de Malí que me pareció preciosa y un león de bronce de Nigeria.










Saliendo del Albert Market una calle baja hasta el puerto. Quería informarme de los ferries que van hacia Barra porque tenía intención de cruzar el río el próximo viernes. El funcionamiento de los ferrys era muy sencillo. No hay horario alguno establecido. Salen cuando pueden y una vez que estén llenos. El tiempo del trayecto depende de las corrientes del río. Pero dura aproximadamente una hora. El concepto del tiempo en Africa es muy distinto al nuestro. No hay prisa, las cosas ya acabarán saliendo. Junto al ferry llegaban y salían unos cayucos cargados de personas y mercancías. Hacían el mismo trayecto que el ferry pero seguramente resultaba un poco más arriegado. Venían cargados hasta los topes.


Pude comprobar como cargaban y descargaban las más diversas mercancías. Los cuerpos de los porteadores estaban fibrados y delgados. Portaban toda la carga sobre su cabeza y seguro que pesaba, vaya si pesaba.


Paseé por el casco antiguo y comí en "King of Shawarma Café", un restaurante local donde elaboran deliciosos zumos de frutas. La vuelta hacia mi hotel fue tranquila y relajada escuchando Youssou N´Dour en el el radiocassette del taxi. Aproveché el resto de la tarde para disfrutar del atardecer en las playas próximas. El futbol es el deporte nacional en Gambia y la playa a aquellas horas se llenaba de jóvenes que ocupaban toda la arena improvisando partidillos de futbol. Tienen buena cantera por lo que pude ver en los distintos partidos que iban disputando a lo largo y ancho de la playa. La puesta de sol cerró un día mágico.

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