13 mayo 2010

GAMBIA IV..

Cuarto día

Empieza la aventura. Hoy he salido bien pronto del hotel porque quiero llegar hasta Bintang Bolong, un pueblecito del interior bañado por un afluente del río Gambia, el Bintang, que da nombre al lugar. A la salida la sorpresa ha sido que en lugar de encontrarme con el “controller” me he cruzado con uno mono rojo. No tengo ni idea de que especie se trataba lo único que tengo claro es que iba andando por el margen de la carretera y se ha sorprendido tanto como yo al vernos.


He tomado un taxi y he acompañado a la hija del chófer a la escuela. Iba en el asiento delantero, y no tendría más de tres años. Al entrar al coche ni había reparado en ella. El taxista me preguntó si no me importaba que parara un momento a dejar a su hija en el cole. No nos pillaba de camino pero quedaba cerca.
- No problem. Le dije
Esta es la frase típica de Gambia y ya la he hecho mía.
El taxista me comentó que me había visto ayer parando un par de taxis cuando me dirigía a Banjul, al ser blanco debo llamar bastante la atención, y me puso al día sobre el transporte en la zona y como moverme. El me habría ayudado pero estaba en el sentido opuesto.
De Kotú que es donde se encuentra mi hotel nos hemos dirigido a Brikama. De allí parten dos autobuses diarios a Bintang Bolong. No tenía idea alguna de horarios. Acaso los había?

Al llegar al garaje un montón de furgonetas destartaladas estaban aparcadas a la espera de ser llenadas.

Iban saliendo cargadas hasta los topes tanto de enseres en la baca como de personas en su interior. Algunos de los vehículos eran empujados por cinco o seis hombres y tras un golpe de pedal de embrague, arrancaban. La humareda negra dejaba la atmósfera contaminada por unos instantes.

Mi furgoneta todavía no estaba ocupada. Tan solo había una mujer con su bebé y un jóven que resultó ser profesor de inglés y con el que compartí asiento. Me enseñó su titulación y me aconsejó que me sentara en un asiento para reservarmelo. Estuvimos esperando más de una hora para salir. Se me ocurrió preguntarle a Ousman que cuando salía la furgo.

- Cuando esté llena.

- Ah ! Y cuanto rato puede pasar?

- No te preocupes, enseguida saldremos





Yo veía que iba llegando gente. Unos se sentaban, otros dejaban sus bolsas de plástico o su equipaje. Eramos ya unas diez personas y volví a dirigirme a Ousman.
- Cuantos iremos en la furgoneta? Si ya está casi llena
- Ah no ! Todavía falta gente. Solemos ir unas veinte o veintidós personas
- Como???



Pues sí, veintidós exactamente. Antes de salir, "yellow-man" nuestro chófer, intentó trabajosamente arreglar el claxon. Se afanaba con un cablecito pelado a manipular en el volante. La furgoneta estaba que se caía a pedazos. Todos los asientos oxidados y sin espuma en los respaldos. El polvo y la mugre inundaba y envolvía todo el vehículo. Se ayudó de una llave inglesa rota por la mitad para levantar la tapa del claxon y cuando consiguió hacer sonar la bocina, después de unos cuantos intentos, puso una cara de satisfacción absoluta.

Por fin se deciden a partir. Por un lado “yellow-man” al volante, por otro su ayudante, encargado de la carga y de cobrar el pasaje a mitad de camino. Iba literalmente colgado de una plataforma trasera y con el portón medio abierto.
Antes de salir hubo el episodio discusión. Alguien había dejado un radio-cassette en el asiento del acompañante y cuando vino a sentarse se lo encontró en el salpicadero y su asiento ocupado. Se lió una buena tangana. Participaron los veintiuno en la bronca. Yo quedé al márgen. Más que nada porque no hablo ni mandinka, ni wolof, sino también meto cucharada.
Durante el trayecto ibamos parando por cada pueblo que pasabamos y al grito de “Yellow”!!! el chófer saludaba a diestro y siniestro y hacía sonar su claxon. Ahora entendí el porqué de su esfuerzo anterior. Subían o bajaban personas, descargaban del techo, cargaban de nuevo. En un tramo ibamos 24 personas. Algunos de pie en el suelo de la parte trasera. También subió una gallina pero la pobre iba cabeza abajo y cogida por las patas. Creo que viajo más incómoda incluso que un servidor. A medio trayecto aproximadamente se acabó el asfalto y pasamos a una carretera de tierra, rojiza. Había obras en un tramo, estaban asfaltando.



Finalmente llegamos a Bintang Bolong. La carretera se acaba al llegar al río y un enorme árbol nos espera para que nos protegamos a su sombra. Habían transcurrido un par de horas y unos cincuenta kilómetros. Fin del trayecto.


Me dirigí hacia mi hotel. El Bintang Bolong Lodge es un acogedor campamento a orillas del río Bintang y rodeado de manglares cuyas cabañas están suspendidas sobre el río.


Me recibió Eboudé. Un chico muy amable y simpático que conocía a todos y cada uno de los jugadores del Barça, del Madrid, de la liga española y de la Premier. Al despertarme a la mañana siguiente me informó de la victoria del Madrid con hat-trick de Ronaldo. No teníamos luz todo el día, dependíamos de un generador, pero los resultados del futbol, nos llegaron a velocidad de la luz. Me instalé en mi habitación y después de comer me fui a pasear por el pueblo.



Me encontré de nuevo con mi compañera de viaje y su bebé sentadas junto al árbol. Aunque no hablaba inglés, logré entender que estaba esperando una barca para ir a otro pueblo río arriba. No tenía ni idea de cuando podía aparecer la embarcación.

En el pueblo no había vehículo alguno, solamente la furgo que llegaba un par de veces al día. Era un remanso de paz y tranquilidad.



De repente aparecieron un montón de niños y empezaron a venir corriendo y gritando hacia mí.

- Tubab, tubab !!!





Estuve jugando con ellos. Me seguían cantando y gritando y yo de repente me paraba. Me giraba y me los quedaba mirando y se callaban de golpe. Me miraban y se empezaban a reir. Seguía caminando, empezaban a cantar y gritar. Me paraba. Reian. Y así una y otra vez. Me han querido enseñar su escuela y me han acompañado hasta ella. Les encanta mostrar su clase y se sienten muy orgullosos de poder ir al colegio, no todos los niños están escolarizados.

He parado a hablar con un chico y me ha ofrecido un te. Nos hemos juntado unos pocos y una vez más el Barça y el futbol han sido nuestro tema de conversación. Están al tanto de todo.

En el centro del pueblo hay una mezquita enorme y los musulmanes que están sentados cerca de ella quedan un poco al márgen del resto de la población. Me saludan al pasar pero más por educación que por otra cosa. Están a lo suyo.



Por la tarde tengo prevista una salida en barca por el río. Se ha presentado un chico con un remo y nos hemos ido río arriba. Cuando llevabamos un trecho se ha empezado a oir la música de un “djembe” acompañado por cantos. Me ha sabido mal estar en el río porque me hubiera encantado participar de la música y la fiesta. Poco a poco se ha ido perdiendo el sonido de los cantos y de los tambores y he disfrutado de nuevo del silencio y del paisaje.

Al anochecer una mesa preparada frente al río con una única vela como iluminación, ha sido el punto final a una jornada intensa. Como cada uno de los días que estoy viviendo. He tenido una cena solitaria ya que soy el único huésped, pero Eboudé se ha preocupado por mi en todo momento y ha sabido dejarme disfrutar de mi soledad y del momento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me tienes enganchada con el diario del viaje a Gambia, me encanta. ¿Cuántos capítulos tiene? ¿Habrá una segunda temporada? Jjejejej un besazo mañana te veo

Una lectora entusiasmada
Vicky